jueves, 3 de enero de 2008

BULL QUE ESTAS EN LOS CIELOS.



Buenas tardes a todos los seguidores de mis andanzas perrunas a través de la red.
Uno de estos días, cuando como siempre parecía estar en el séptimo cielo sobando en mi colchoneta, pero con la antena siempre conectada, oí una conversación a mis amos. Por el tono de voz que empleaban quise reconocer pena y enfado y según la misma se iba desarrollando, empecé a sentir tristeza y también, acompasada con ello rabia.
Al principio se refirieron a Bull, un precioso mastín napolitano, como el de la foto. Un perrazo tan grande como noble de corazón. Parsimonioso en los movimientos, elegante en la expresión. Con tan gigantesca estampa producía en los humanos sensaciones siempre de respeto, cuando no de manifiesto miedo. Pero Bull era extremadamente pacífico y bien educado siempre. Hablo en pasado ya que mis amos comentaron que hacía poco tiempo que se había mudado al cielo, bullicioso y noble, de los cánidos. Parece que fue una piedra, glotón que era el animal, tragada vaya usted a saber el motivo, lo que le había provocado una hinchazón allá por la barriga. El tamaño del bulto hubo crecido tanto que sus dueños, alarmados, a la ciencia veterinaria acudieron. Una intervención de urgencia y en sus entrañas la crueldad del cáncer se manifestaba con todo la crueldad y malignidad posibles. El resto de la historia poca mención agradable tiene, salvo la suave muerte indolora inyectada en vena. No es que hubiese tratado mucho con Bull, mis amos no me llevan mucho por el pueblo por mi afición al cuerpo a cuerpo con otros perros, pero lo recuerdo con cariño: era un muy noble can, bien cuidado y enseñado, querido por sus dueños como a mí me quieren. Pero contra la crueldad de la enfermedad y la vejez, poco o nada se puede hacer, resignarse tal vez, sentir pena por dejar este mundo, que es cruel para los perros y jode hacerlo cuando buenos amos tienes, no por tu propio confort, más bien por romper ese lazo afectivo, tan maravilloso y metafísico, que con ellos llegas a generar.
Como las noticias desgraciadas nunca corren solas, al contrario de las buenaventuras que lo hacen en solitario y de tarde en tarde, seguí el desarrollo de la conversación de mis bípedos amigos, así me enteré de la muerte del loco de Iron. Este pobre estaba un tanto alterado, su dueño era un hijo de Belén, la dueña de Txuspi mi único y gran amigo del alma, vivió una temporada en el pueblo, en casa de Belén, pero volvió a Haro. De temperamento nervioso y asilvestrado, algo parecido a mí, corría con su dueño cuando en el fragor de la carrera cruzó, alocadamente la carretera y un camión se lo llevó por delante.
Mientras escuchaba, cada vez más compungida, el relato de mis amigos, recordé también a Kai y a Chester, dos ausentes también en el cielo perruno. Kai era un macho collie, majestuoso, parsimonioso, al que la enfermedad arrebató rápidamente de los quereres de su dueña. Chester, perro lobo impresionante, guardián de gran seriedad cuya presencia era suficientemente disuasoria para el más pintado, quiso que una tarde de verano, quizás movido por las ansias que da el galanteo, tomase las de Villadiego en pos de la amada, y en el medio de la correría encontró la muerte en el atropello sobre el asfalto.
Las lágrimas, corrían en silencio, gota a gota para no escandalizar, pero en riada se convirtieron cuando me enteré que al patíbulo mandaban a mi vecino. Tres años ha estado en el corredor de la muerte, aislado, sin luz, sin cariño. Fruto del capricho de un niño, la desidia de sus dueños, para al final acabar en la eutanásica liberación. !Esto si que es una cabronada!, ser juguete de los humanos como si de un ser inanimado se tratase, pero los seres vivos, animales o plantas tenemos nuestra particular sensibilidad, a ver si los gilipollas de los homínidos se enteran de una puta vez, ¡ya es hora de que se aplique la ley con estos sinvergüenzas!
Mis amos de dieron cuenta de mis cuitas lacrimógenas, pensaron que de un frío se trataba y amorosos, me automedicaron, colirio para el ojito malito de la perrita, pero lo que yo tenía era pena en el alma.
Por fin se me ha curado el ojo, es decir he dejado de llorar, más que todo para que me dejen de joder con la mierda del colirio. Hoy me he reído, con disimulo no vayan a pensar que tengo alguna dolencia facial, ha sido gracias a las ocurrencias de un vecino de la Villa: el amigo Tomás.
Este buen hombre, de gran corazón, se encarga de buscar dueño para las camadas "plis plas".
Un perro plis plas, es un animal que lo mismo anda para adelante que para atrás, vamos como todos. Así denomina a estas camadas sin linaje, perritos de miles de mezclas genéticas, y siempre acaba encontrado acomodo digno para ellos. Los perros plis plas, siempre con papeles, tienen mal porvenir, pero el bueno de Tomás, tras vuelta tras vuelta, refugio permanente les encuentra.
En fin os dejo, prometo contaros un día alguna andanza del bueno de Tomás.

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