Buenos días lo sean para todos mis amados admiradores, hoy vuestra perrita favorita os contará un cuento, una triste historia de guerras, de malos gobernantes y de un sufrido pueblo. Hoy los españoles, osea los humanos que viven en España, celebran, me temo que unos pocos, el resto está en la playa o en los atascos automovilisticos, la efemérides del bicentenario del 2 de mayo de 1808.
Los americanos, los del tío Bush, los marines, Hollywood o los Mc Donalds celebrarón hace unos años el bicentenario de su independencia de la metrópoli británica, se cabrearon por el té, lo cual no me extraña para nada, pues no veo cosa más absurda que hervir unas hojas y tragarse el líquido, más saludable es un buen chuletón.
Los franceses hicieron lo propio dos años después celebrando la Revolución de 1789, un antes y un después, tanto que significa el cambio de la Edad Moderna a la Contemporánea. Estos estaban hasta los cojones de los borbones, de los nobles y del alto clero, trío que se las hacía pasar putas al 99,99% de los franceses.
Ambas celebraciones fueron realizadas con gran pompa, con una participación institucional y popular impresionante, con orgullo. En España como son algo diferentes, más bien bastante, seguro que el bicentenario de la Guerra por la Independencia de España queda en segundo plano. La situación del Barcelona F.C. requiere más atención así como los poceros, los paquirrines, o el matón del hijo calatrava de la duquesa de Alba. Pero a pesar de todo el evento es de un calado similar, por lo menos, al de la independencia de los americanos y un poco menor al de la RF.
En fin, os lo voy a contar como si de un cuento se tratase, pues triste es la historia, pero no por ello menos apasionante. Me inspiré en el archivo craneano de mi amo, así que toda desviación histórica, toda falta de rigor o toda interpretación que pueda ser susceptible de querella criminal o de intervención de oficio de los jueces Marlaska (que estudió con la loca de la vecina de los trillizos) o del amigo Garzón (que se supone pasó por la Universidad), es fruto del bolo de mi amo, así que los autos judiciales, las criticas o la lluvia de tomates putrefactos para él. Además como yo soy una perrita no puedo ser querellable, por lo tanto quien se pique que deje de comer ajos crudos, que además producen una halitosis de caballo (que se lo pregunten a la Beki).
"Había una vez, hace por lo menos 200 años, una familia de imbéciles, algo que en sí mismo no es ni bueno ni malo, pero el problema es que eran los que reinaban en España. En aquellos tiempos reinar significaba hacer lo que les salía de los cojones o de las tetas, dependiendo del género de los sujetos en cuestión. Su trabajo fundamental era no hacer nada, bueno no exactamente, cazaban, organizaban bailes, corridas de toros y también algo similar en el tálamo (aquí las corridas y los cuernos estaban a la orden del día). Para llevar semejante tren de vida (todavía no se había inventado el ferrocarril) estas buenas gentes tenían ministros, en algunos casos validos (de buenos miembros e inválidos intelectualmente), que se dedicaban a explotar al pueblo, es decir a los que tenían que trabajar todo el puto día para mal comer y poder beber tinto avinagrado y bautizado.
Pero resulta que en estas los vecinos del norte, osea los franceses, se hartaron de los primos del reyes españoles, montaron la de dios y les cortaron la cabeza. Una vez enterados los primos de los decapitados de tales ejecuciones se cagaron por la pata de abajo, pero a los españoles no parece que les asustó mucho el tema. El Rey un imbécil de marca mayor llamado Carlos el cuarto, siguió cazando y tocándose los güevos, pero no pulsando la vena erótica de su señora. La Reina, fea de solemnidad, como no era sobada con rigor, buscó consuelo en un miembro (nunca mejor dicho) de la Guardia Real o de Corps. El hijo mayor, tan feo y repulsivo como la madre, pero todavía más gilipollas que el padre, se dedicaba (más por aburrimiento que por otra cosa a conspirar contra los padres). Mientras el miembro gobernaba el reino.
En la Francia un chico bajito, pero de gran inteligencia y extraordinario genio militar, ponía en orden a la jóven República. La verdad es que algunos revolucionarios se pasaron cortando cabezas. Así que el corso Napoleón se hizo el amo del cotarro y emperador republicano se proclamó y como emperatriz la bella Josefina. Bella y amante del sexo del que gozaba con el miembro hipoviril del corso, pero tenía un problema: la oscuridad de su boca, es decir los dientes renegridos (eso que no fumaba). Por tal cuestión tuvo envidia de la reina fea española, pues esta gozaba de maravillosa dentadura postiza (no os comento de donde extraían los dientes que luego eran postizos, no sea que alguno, débil de estómago, vomite compulsivamente). Pero esta no fue la causa de la invasión francesa de las tierras españolas, eso sería posible en nuestros días si la Bruni tuviera un capricho, como por ejemplo dormir cada noche en una habitación de nuestro deshabitado Palacio Real.
Total que los franceses se instalaron, por la fuerza, en el sufrido solar patrio. Napoleón harto de las peleas familiares de los borbones españoles los llamó a capítulo a Bayona y de paso estaba ya pensando en poner a su hermano abstemio en el trono de Madrid. La familia real acudió pronta a la llamada del amo francés y en su presencia practicaron, todos, hombres y mujeres, el arte de la mamada. Napoleón muerto de asco ante tanta felación los recluyó en un castillo para que vivieran como curas y dejaran de dar el coñazo, además con suerte igual hasta se mataban entre ellos y muerto el perro se acabó la rabia. El hijo del cuarto Carlos, el septimo Fernando se dedicó a hacer ganchillo.
El pueblo de Madrid, viendo que el francés se llevaba a los inútiles, se sublevó, no por ellos, por su dignidad y por su patria. El bello Murat cargó con los mamelucos contra hombres y mujeres, armados con palos y navajas y al día siguiente fusiló al todo el que pudo. Pero la llama había prendido en todo el país, la tumba de Napoleón se estaba empezando a cavar en suelo español.
El hijo puta del séptimo Fernando festejaba con cohetes cada vez que los franceses machacaban a sus súbditos, acto tan felón y repulsivo que hacía vomitar al propio emperador.
Napoléon tuvo que abandonar España. Volvió el séptimo y premió a su pueblo heroico con el retorno al absolutismo y la Inquisición, el indeseable se convirtió en foco de disensión nacional. Pero como cobarde y asqueroso lo era hasta la médula, cuando el coronel Riego se sublevó se sumó a la senda consitucional. Cuando los vientos cambiaron, gracias a 100.000 hijos de San Luis, retornó al absolutismo.
Para terminar de joderla tuvo de viejo una hija, montó el número y la hizo heredera a pesar de la Ley Sálica borbónica. Antes de morir rectificó, pero cuando a un milímetro de la tumba se encontraba, mudó de parecer y volvió al punto de salida: Isabel sería reina de España, pero bajo la regencia de mamá.
Mamá era un mujer malfollada y en cuanto cascó el repulsivo (quizás antes) se puso a practicar el sexo compulsivamente con un guardia de corps (sargento no más, pero armado con recio y tieso miembro) que le dió más de 10 hijos. Para alimentar tamaña familia numerosa la regente y el guardia se dedicaron a esquilmar las arcas del reino.
La niña era bonachona pero también ninfómana, para colmo la casaron con un primo que andaba mal de la polla. Se folló a todo el estamento militar y quien fuera su heredero, Alfonso XII era hijo, como no, de un guardia de corps de origen catalán (quizás por eso la familia real tiene tanta afición por Barcelona).
Mientras el país se hundía de la mano de guerras civiles y golpes militares.
Desde el bobo de Fernando VII no hemos levantado cabeza hasta nuestros días".
Triste cuento para una de las epopeyas contemporáneas que ha sido LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA DE ESPAÑA.
Os dejo, me invade el sueño, ser buenos.
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