Buenos días amados, lo prometido es deuda. Por lo tanto y tal y como os prometí en una entrada anterior hoy hablamos de varones, de hombres osea de tíos.
Como en todo en la vida los hay más guapos, más feos, la mayoría de fú ni fa, pero todos, absolutamente todos, tienen por cerebro algo que los científicos perrunos llamamos el penerebro. Y para esa discondarcia el remedio, que no es otro que el capamiento metálico a través del cinturón de castidad testicular, puede ser la solución final.
A nosotras, las feminas, seamos de la especie que seamos, nos gustan los varones guapos, fornidos, inteligentes, cariñosos y sobre todo con una dósis razonable de cerebro, idem para el pene, que aunque dicen que el tamaño ni importa, no es cierto. Lo ideal es el equilibrio, es decir, un tamaño de cerebro en concordancia con el pito, el ideal clásico de la mesura.
Miembros como columnas dóricas acompañados de cerebros de mosquito, lo que único que provocan es relaciones sexuales un tanto potentes, pero convivencia intelectual nula. Un aparato genital infimo y una inteligencia superdotada, insatisfacción marital y coñazo mental día a día.
Pero a cada cual le toca vadear el río de la vida como puede, así que quizás en la lotería de la vida, valga mucho más la sintonía y el amor, que penes y cerebros. Todo se puede abordar desde el aspecto de la felicidad si la relación funciona y para todo roto hay un buen cosido. Por ello amigas yo me quedo con la sintonía y el amor, el resto se puede superar. No obstante buscar el ideal: tío mazas, cerebro desarrollado y sobre todo grandes dósis de sentimiento.
Para los cabestros, tíos buenos, hombres feos, de grandes miembros o penes ridículos, aplicar la estratégia inteligente de la huída, para los recalcritantes: el cinturón de castidad penetesticular.
Un beso guapas.
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