Buenos días amados, en primer lugar os quiero pedir disculpas por dejaros tantas jornadas abandonados, estoy segura que me habéis añorado. Os prometo no dejaros tanto tiempo huerfanitos de mis inteligentes comentarios.
Hoy os voy a contar una historia triste, pero por desgracia cotidiana, la del maltrato a los perritos.
En mi pueblo la gente no es ni más buena ni más malvada que en el resto de este país, así que esto que os cuento puede ser válido para muchas localidades, incluso grandes ciudades.
En una finca vallada estaban presos dos de mis congéneres, una preciosa perra mastín y un perrito, un poco malhumorado, de esos de raza multirracial, osea un mestizo entre los mestizos, una especie de ratonero multiusos. Los pobres las han pasado putas, pasando frío, calor, hambre y poco o ningún cuidados sanitario. Del cariño mejor no hablar, nunca han sabido lo que era la mano amable de su dueño. Este venía cuando le salía de los cojones, poco o nada durante semanas. La caridad de los vecinos, un trozo de pan, una galleta, agua en ocasiones, era su única alegría, el resto mierda y más mierda.
El pequeñazo, harto de estar preso entre basura y maleza, buscó forma y manera de evadirse para dar una vuelta por los alrededores, buscando más que el goce de la libertad algo que llevarse a la boca. El mastín no podía acompañarle, era demasiado grande para colarse por un resquicio en la valla.
El martes un coche atropelló al pequeñazo, golpe y una pata rota. Así lo encontró mi ama, sentado y dolorido esperando rescate y auxilio. Mi ama contactó con el retrasado mental de su dueño, pero no podía venir, por lo visto estaba trabajando. Llovía y el viento soplaba huracanado, al final mi ama lo trajo a casa.
Por fin el cabestro apareció, quizás más presionado por la llamadas de mi amo, que por socorrer a su perro. Llegó el tío con más mierda que el palo de un sucio gallinero, cogió al herido y juró por sus muertos que marchaba disparado al veterinario. Mi amo que es gilipollas, o buena persona, pensó que la historia desgraciada tendría final feliz, pero no fue así.
Al día siguiente mi ama se enteró, por una vecina amiga de los animales, que la bestia humana había sacrificado al perrito y que el mastín iba camino de la perrera. Todos sospechan que no fue causa de su muerte una inyección eutanásica, sino quizás una hostia o ahogado en el río. Las heridas eran perfectamente curables, nada justifica este crimen impune, sólo la irresponsabilidad de quienes tienen animales y no se preocupan por ellos. Muchos de ellos hacen lo mismo incluso con sus propias crías humanas.
En fin un desastre, un crimen.
Me despido medio llorando.
Un besito coleguitas.
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